Monterrey • Muchos de los que conocieron Monterrey como una de las ciudades más seguras de Latinoamérica se preguntan cómo es que la situación se tornó tan mala en tan poco tiempo.
Parte de la respuesta está en los ojos drogados de Alan, un joven de 18 años, miembro de una pandilla que pasa sus días aburrido y sin trabajo vagando por las calles de la ciudad y sus noches inhalando pegamento y fumando mariguana con sus amigos en las sucias escaleras de concreto del edificio donde está el apartamento de sus padres.
Con los brazos tatuados con el nombre de su pandilla Los Vatos Locos, Alan es parte de la raramente mencionada clase en Monterrey que los cárteles ha abrazado para reclutar vendedores, traficantes y sicarios para su amarga guerra.
“Me aburrió la escuela. Ahora no hay trabajo”, dijo Alan con el rostro semicubierto por una gorra de béisbol. Alan no es un sicario, pero pronto podría serlo.
En las esquinas de las calles de los barrios más pobres y los abandonados pueblos rurales de la región, los cárteles reclutan a jóvenes como Alan, a veces de tan corta edad como 12 o 13 años, para vender drogas o diversificarlos en otros delitos como robos de autos o casas, pagándoles con regalos como camionetas, dinero en efectivo o drogas.
Ése es un estilo de vida que sólo puede ser un sueño para los pobres de Monterrey.
Pero los regalos vienen con compromisos. Si alguien decide salirse, tiene que devolver los regalos, una tarea imposible. Así que continúan adentro.
Ellos son presionados a cometer crímenes cada vez peores hasta que se convierten en escuderos del cártel y le siembran deseos de torturar a un miembro de una pandilla rival, arrojar granadas a civiles o abrir fuego en una calle llena de gente.
“La situación te empuja porque no hay trabajo, porque ya no fuiste a la escuela. Es la preparación perfecta para una carrera con los cárteles, aun si vas a salir muerto”, dijo Sergio Alvino, de 26 años de edad, un ex miembro de una banda y adicto que vendía crack antes de encontrar ayuda en un refugio católico.
Ser pobre no te convierte en criminal y tampoco en sicario. “Pero sin trabajo, sin autoestima, eres presa fácil de los cárteles”, dijo Guillermina Burciaga, una madre superiora católica que ha trabajado por más de una década ayudando a jóvenes para que dejen las pandillas.
Desaparecidos
Pero cuando los cárteles no logran seducir a los jóvenes con dinero, los secuestran y los obligan a trabajar para ellos, según el grupo Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos (CADHAC) y funcionarios antidrogas estadunidenses.
CADHAC ha registrado 36 casos de desapariciones forzadas en Nuevo León desde 2007, pero sostiene que la cifra real es mayor a mil, y que muchas veces las familias de las víctimas no lo reportan por temor o desconfianza en las autoridades.
La fiscalía del estado negó esas acusaciones y dijo que muchos casos están siendo investigados, pero bastantes pobladores de Monterrey han caído en el hábito de asumir que cualquier persona que desaparece es un criminal.
“La gente quiere salir rápido de esta situación, por lo que se ven un montón de comentarios en salas de chat como: ‘mátenlos a todos’ o ‘es un maldito menos’, pero ésa no es la forma de resolver el problema”, consideró María del Mar Alvarez, investigadora de CADHAC.
Familiares de víctimas entrevistados por el organismo reportaron dos casos de secuestros masivos de 40 a 50 jóvenes en redadas en barrios en Monterrey en julio de 2010 y una serie de casos individuales en los últimos cuatro años.
Muchos de los pobladores están alertas ante la amenaza. “Ya no dejo a mis hijos salir a la calle en la noche porque están secuestrando a los jóvenes”, dijo Bertha Luna, ama de casa en uno de los barrios populares de Guadalupe.
CADHAC sospecha que muchos de los jóvenes son trasladados a otros estados en donde se les usa como sicarios, para traficar droga o empacar mariguana.
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